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Antropoceno y otros -cenos: planeta Tierra y humanidad y otros bichos en limbo

Recientemente he leído en Infobae el artículo “Antropoceno: ¿una era geológica a medida y capricho de los humanos?” de Jordi Serrallonga Atset, y me pareció un oportuno puntapié para hablar sobre algunas cuestiones que creo que son importantes. En este artículo se cuestiona el término Antropoceno como nueva era geológica. Entre otras cosas, se lo clasifica como un término sensacionalista, marketinero, y con poco criterio científico. Además de afirmar que con este término se corre el riesgo, o más bien ya estaríamos cayendo hacia el antropocentrismo científico.


A pesar de aceptar la gravedad del cambio climático y el hecho de que ha sido “provocado y acelerado por la actividad humana” (artículo citado), esto no sería causa suficiente para denominar y marcar una nueva era geológica con el prefijo “Ánthropos” delante, época que habría comenzado a fines del siglo XVIII aproximadamente.


Considero que es necesario remarcar la importancia de lo que menciona el artículo de no caer en el antropocentrismo, no sólo científico sino a un nivel general en todos los ámbitos de nuestra sociedad. Esto es de vital importancia para no seguir incurriendo en los mismos errores que llevan a las consecuencias climáticas (entre otras) de las que hoy somos testigos. Sin embargo, como desarrollaré más adelante, el término Antropoceno podría estar habilitando -paradójicamente- caminos y salidas del antropocentrismo.


Por otro lado, también es cierto que “los científicos y científicas (...) inmersos en un contexto social, político, religioso e intelectual de acuerdo con su época histórica, a menudo sostienen las tesis del poder establecido” (artículo citado). Sin embargo, la declaración de “la ciencia no se equivoca” sino los sujetos que la ejercen/practican, sitúa a “La Ciencia” como esa verdad externa, objetiva, absoluta, que se encuentra allí afuera; o como ese método inequívoco e infalible que permite alcanzar esa realidad ajena al ser humano, esa “Naturaleza” que está también allí afuera, separada de nosotros. La famosa distinción cartesiana Naturaleza vs. Cultura. Pero la ciencia es siempre una construcción humana, cultural y contextual, está siempre situada desde un punto de referencia, desde una perspectiva. En el artículo se menciona a Darwin, importante referente en cómo concebimos la evolución de las especies: como lucha por la supervivencia y supervivencia del más apto. Desafortunadamente esta misma teoría de la biología, se ha aplicado en cuestiones económicas y sociales -darwinismo social- para justificar atrocidades hacia otras culturas y etnias por considerarlas “atrasadas”, y para justificar políticas económicas depredadoras. Pero, volviendo a la biología y a las teorías evolutivas, encontramos a Lynn Margulis -bióloga experta en microbios y biología celular- descubridora de la simbiogénesis, que es la fusión de genomas en simbiosis. Dando una vuelta de tuerca a la teoría darwiniana y todas sus derivaciones referentes a la evolución, que hacen hincapié en la competencia entre especies con individualidades autocontenidas y autodefinidas, ella planteó que “los nuevos tipos de células, tejidos, órganos y especies evolucionan primordialmente a través de la larga intimidad entre desconocidos” (Haraway, 2019: 101). Es decir, hizo hincapié en la cooperación en la evolución y en los holobiontes -entidades formadas por la asociación en simbiosis de diversos organismos que crean algo nuevo-, en vez de en entes individuales que compiten entre sí.



Por último, totalmente de acuerdo en “eximir de responsabilidad a los primeros humanos cazadores recolectores del Paleolítico” (artículo citado). A pesar de continuar en debate, la mayoría acuerda en que estos cambios irreversibles en las condiciones biofísicas del planeta marcan su comienzo con la Revolución Industrial -fines del siglo XVIII- y la Gran Aceleración -mediados de siglo XX-. Por eso también se proponen términos alternativos, más adecuados a lo que representan, como Capitaloceno y Plantacioceno. Pero antes de marearnos con más terminología, hagamos un poco de historia y contexto sobre “El Antropoceno”...



¿Cómo llegamos al Antropoceno? En el doble juego de término y realidad a la que refiere


Antropoceno es un término propuesto por Eugene F. Stoermer (biólogo) de manera informal por el año 1980, y popularizado por Paul J. Crutzen (químico ganador del Premio Nobel de Química en 1995 por su trabajo sobre química atmosférica) en los años 2000. El Antropoceno como concepto se ramifica en dos: geológico y cultural; como nos lo hace apreciar el profesor de historia moderna e historia de la tecnología, Helmuth Trischler (2017).


En relación al Antropoceno como concepto geológico, todavía no está aprobado por la Comisión Internacional de Estratigrafía y la Unión Internacional de Ciencias Geológicas. Para reunir e investigar la evidencia científica necesaria para determinar si el Antropoceno es válido como nueva época geológica, se creó el Grupo de Trabajo del Antropoceno (AWG). En el año 2016, el AWG presentó su propuesta a la Subcomisión de Estratigrafía del Cuaternario. La propuesta tenía que cumplir con 3 requisitos: una base sincrónica del comienzo del Antropoceno en todo el mundo, una sección estratotipo y punto de límite global en el registro sedimentario, y especificar el rango en la jerarquía estratigráfica (etapa, época, período o era). La propuesta constataba –entre otras cosas-: alteración en los procesos de creación de sedimentos por el efecto del uso de fertilizantes; erosión por minería y deforestación; presencia de químicos y plásticos en los sedimentos; cambios en el ciclo de carbono; aumento de la temperatura global y elevación del nivel del mar; pérdida y alteración de la biodiversidad de flora y fauna. Por estos motivos, estuvieron de acuerdo en que “el Antropoceno es geológicamente real” (Trischler, 2017:48), pero todavía no está oficialmente aprobado por los demás organismos superiores dentro de la Unión Internacional de Ciencias Geológicas. Según un comunicado de la UNESCO (2018), para lograr esta aprobación “es necesario que se compruebe la existencia de una ruptura universal entre las capas sedimentarias de dos épocas geológicas”. Aunque se considera que aún no hay pruebas suficientes, por la relevancia de los hallazgos detallados anteriormente, se valida el uso que los científicos están haciendo del concepto Antropoceno, a pesar de que todavía no se lo reconozca como época geológica (UNESCO, 2018). Algunas de las objeciones tienen que ver con cuestiones técnicas y complicaciones al recortar el Holoceno “toda la escala de tiempo geológica sería mutilada y convertiría una enorme cantidad de literatura sobre el Holoceno en obsoleta” (Trischler, 2017:48); otras con la duración a largo plazo de algunos de estos indicadores que la AWG ha encontrado; y otras con esta cuestión filosófica y moral de nombrar una época geológica en referencia a una sola especie, el homo sapiens -el Ánthropos-. Esta última objeción va de la mano con la advertencia que se menciona en el artículo citado: “los peligros del antropocentrismo”, esta denominación sólo inflaría el ego de nuestra especie. Yéndonos un poco del mundo de la geología, hay muchos expertos de otras ciencias biofísicas y químicas, ciencias relacionadas con “la Tierra”, que siguen encontrando evidencias sobre los cambios sustanciales provocados por las actividades y el modo de habitar del ser humano, y para ser más justos y precisos, del hombre moderno. En octubre de 2014 se llevó a cabo una conferencia en la Universidad de Aarhus (Dinamarca) donde participaron antropólogos, historiadores de la ciencia, geógrafos y biólogos para debatir sobre este término tan polémico. Entre otras cosas se planteó la posibilidad de utilizar “Antropoceno” para referir a un “evento” geológico, en vez de una época, dándole así una tonalidad más transitoria al término (Haraway et al, 2016); sería un tiempo de transición y no una categoría científica cerrada.




Ahora entramos en la otra cuestión, ¿cuándo habría comenzado el Antropoceno?


Todavía hay mucha discusión sobre cuál sería la respuesta adecuada. Pero lo cierto es que la mayoría acuerda en que podemos tomar la Revolución Industrial de fines del siglo XVIII junto con la Gran Aceleración, a mediados del siglo XX, como dos grandes hitos marcadores. En la Revolución Industrial las innovaciones tecnológicas que preponderaron y marcaron una transformación en la sociedad y el medio ambiente fueron: la mecanización de la mano de obra, la producción a gran escala (explotación intensiva y extensiva), la máquina de vapor, la producción y el uso del carbón y el hierro (Trischler, 2017). Ésta había comenzado en Gran Bretaña, por eso en sus comienzos, tenía un calibre más local. Pero ya para el siglo XX, durante la Gran Aceleración –luego de las dos guerras mundiales-, todos los efectos de la industrialización se habían extendido a una gran parte del planeta gracias a procesos de globalización más amplios. Las innovaciones tecnológicas de este calibre también aumentaron y se diversificaron: uso de recursos (petróleo, agua, fertilizantes, etc.), construcción de presas, vehículos, turismo, inversiones extranjeras, extensión y aumento de consumo de bienes, incremento del consumo de energías de todo tipo. No olvidemos que para esta época se desarrolló la sociedad de consumo, suponiendo una corriente interminable de innovaciones tecnológicas y producción de bienes.




Es por esto que muchos académicos proponen otros términos más adecuados para nombrar esta época (o evento). Uno de estos términos es: Capitaloceno, propuesto por Andreas Malm (autor sueco y profesor de ecología humana) y utilizado y difundido por Jason Moore (historiador medioambiental). Donna Haraway (multi-académica profesora de historia de la conciencia y estudios feministas en la Universidad de California), ha retomado este concepto en varias ocasiones. Lo que el “Capitaloceno” habilita, y el Antropoceno no por ser demasiado genérico y global, es dar énfasis al hecho de que estos efectos medioambientales son parte de un complejo históricamente situado (Haraway et al, 2016); causas de un sistema económico, político y social, y no de la especie homo sapiens en sí. Además de reconocer los efectos de la industrialización y la Gran Aceleración, esta autora y muchos otros también resaltan la importancia de incluir “las reconfiguraciones de mundos del gran mercado y las mercancías de los largos siglos XVI y XVII de la era actual (...) es necesario hablar de las redes que conectan azúcar, metales preciosos, plantaciones, genocidios indígenas y esclavitud, con sus innovaciones laborales y sus desplazamientos y recomposiciones de bichos y cosas barriendo a trabajadores humanos y no humanos de todos los tipos” (Haraway, 2019: 85). El término Antropoceno deja en la sombra todo este contexto. Es así que va un poco más allá y propone otro término: el Plantacioceno. Afirma que no tomaría el uso masivo de combustibles fósiles como la demarcación más importante, sino más bien las plantaciones agrícolas masivas. El sistema de plantación incluiría la alienación y el transporte de genomas (tanto de plantas y animales como de seres humanos) a larga distancia, que de esta manera son convertidos en recursos para ser utilizados como inversiones. Anna Tsing (antropóloga) también nos habla de este sistema de plantación y además, da una extraordinaria resignificación sobre esta “alienación”. Para la autora, la “alienación” sucede al individualizar entes humanos y no humanos, como si los vínculos y las simbiosis en las que éstos están enredados -en sus propio contextos y ecosistemas-, no existiesen. De este modo, estos entes individualizados se convierten en "activos móviles", en recursos movilizados por todo el mundo para generar ganancias. Esto conlleva una manipulación tal del paisaje, en donde lo único que importa es ese “activo” mientras que todo lo demás se convierte en “mala hierba” o “desperdicio”. Cuando éste activo ya no produce más, o algo sucede, este sitio puede ser abandonado: la simplificación por alienación produce ruinas (Tsing, 2017). Pero ya con estos últimos -cenos, nos estamos adentrando al próximo segmento: al Antropoceno como concepto cultural y lo que habilita...




La paradoja del Antropoceno, los otros -cenos y lo que habilitan. Repensar, quebrar y rearmar


Como adelanté al principio, es importante no caer en antropocentrismos de ningún tipo, pero, aunque este término en su primera impresión aparente antropocentrismo, paradójicamente puede ayudarnos a quebrarlo, despedazarlo y re-pensarnos. Hasta ahora estuvimos hablando del Antropoceno como concepto geológico, pero justamente al llevar el prefijo “Ánthropos” delante, está llamando a todos los cientistas sociales –y también a la sociedad civil- invitándolos a debatir sobre él. El Antropoceno es también un término cultural.


¿Qué ha pasado aquí? La naturaleza y la cultura que por tanto tiempo se mantuvieron en dos mundos separados -en la academia sobre todo-, se unen en este término. Christophe Bonneuil y Jean Baptiste Fressoz, dos historiadores, hablan del “choque del Antropoceno” entre el tiempo histórico humano y el tiempo geológico de la Tierra, reunir estos dos tiempos nos ayudaría a “superar la división temporal, ontológica, epistemológica e institucional entre la naturaleza y la cultura, el medio ambiente y la sociedad, que ha dado forma a la visión del mundo occidental desde el siglo XIX” (Trischler, 2017:55). No sólo los geólogos y demás científicos naturales están participando en la denominación de una época geológica, sino también científicos sociales y de humanidades. Esto está abriendo grandes posibilidades para la interdisciplina y la transdisciplina, para reunir conocimientos, esfuerzos, habilidades, e investigaciones de todas las áreas, en pos de ocuparnos de una problemática climática actual que ya nadie puede negar. Si esto de “inventar el Antropoceno” no hubiese ocurrido y siguiéramos “viviendo en el Holoceno”, o sí se hubiese visto la necesidad de marcar otra época pero eligiéramos denominarla de cualquier otro modo “más neutro” -aunque el hecho de poner nombres a fragmentos de historia de la Tierra siempre será una construcción cultural y humana-, los efectos y consecuencias de nuestro modo de habitar actual hubiesen pasado desapercibidos. La Tierra seguiría siendo investigada por las ciencias naturales, y la cultura y el hombre por las ciencias sociales, ¿y cómo abordamos la crisis climática si no permitimos esta conciliación?. Y si en cambio permitimos está conciliación ¿qué consecuencias epistemológicas traerá la producción de conocimiento interdisciplinar?, ¿cómo nos ayudará a pensar y llevar a cabo nuevos caminos, y nuevos modos de habitar y pensarnos? Pero aquí no sólo se trata de las diferentes disciplinas científicas, sino de esta dicotomía Naturaleza/Cultura, como dos mundos completamente separados, que ha configurado nuestras sociedades modernas occidentales en general. Reunir estos dos mundos, que por tanto tiempo estuvieron separados, presenta grandes desafíos epistemológicos y ontológicos. La potencialidad del concepto de “Antropoceno” está en abrir un debate crítico, invitando a participantes de todos los sectores: ciencias sociales, humanidades, sociedad civil, ciencias naturales, etc., para redefinir la relación entre los seres humanos y su entorno natural y social.


Una vez que aceptamos que nuestros modos de habitar la Tierra están generando consecuencias irreversibles a las condiciones biofísicas del planeta, la cuestión está en cómo vamos a responder a esto. Y aquí es donde podemos intensificar e inflar el ego de nuestra especie, si no nos detenemos a cuestionar nuestros modelos ontológicos y epistemológicos. Y cuando esto sucede, es cuándo las soluciones a la crisis climática se responden únicamente por la vía de avances e intervenciones tecnológicas de todo tipo, o -yendo un poco al extremo- pensando en éxodos y con la mira en otros planetas habitables para el ser humano. Éste es el “buen Antropoceno”, “the fix-it Anthropocene people” (Haraway et al., 2016), aquí es donde yace el problema del antropocentrismo. Este Antropoceno y este antropocentrismo, surgen de las entrañas y se erigen desde la visión ontológica de la dicotomía Naturaleza/Cultura, del excepcionalismo humano, de las bases del progreso y la fé ciega en “La Ciencia” y la tecnología. Y además del peligro de este antropocentrismo, es justamente esta concepción del excepcionalismo humano, del “Hombre” por encima de cualquier otra especie, por encima y por fuera de esta “Naturaleza” (esta “cosa” escindida del hombre con sus propias leyes, etc.), lo que ha causado estas consecuencias biofísicas que están justificando marcar una nueva época geológica llamada Antropoceno. Consecuencias de concebir todo lo que nos rodea como recurso al servicio de las necesidades del hombre. Y he dicho “Hombre”, pero ¿quién es este “Hombre”?, ¿es el “Ánthropos”?, ¿es la especie Homo Sapiens? No. Es el “hombre moderno”, una clase particular de hombre, inventado por el Iluminismo y puesto en marcha por la modernización y las regulaciones estatales, el hombre con el objetivo de conquistar la naturaleza (Haraway et al-, 2016). En las bases ontológicas/filosóficas de nuestras sociedades está este Hombre, hecho a imagen de un dios; por ende escindido y por encima del resto de formas vivientes y no vivientes de este planeta terrano que compartimos con otros seres. Un Hombre autopoiético -auto-creado- que no entra en relación con, un ente limitado y contenido por y en su cuerpo. Anna Tsing (2017) explica que fueron principalmente dos de las muchas disciplinas de principios del siglo XX - la economía neoclásica y la genérica de poblaciones- las que tuvieron el poder suficiente para redefinir el conocimiento moderno. Estas disciplinas se centraron en individuos auto-contenidos y autodefinidos, y han resaltado la idea de la supervivencia como un logro individual, anulando así la posibilidad de colaboración, de ser y transformarnos junto a otros. Esta forma de concebirnos, y concebir al mundo y la “historia”, hace que pensemos en formato de oposiciones binarias. Y esto último junto a una concepción de tiempo lineal guiada por la idea de progreso, son los principales ladrillos con los que se construyó y desplegó “la Modernidad”. El “progreso” configura una concepción del espacio y una concepción del tiempo. El espacio dentro del marco del progreso, según Tsing (2017), si se tratase de una fotografía, podríamos visualizar esos “espacios vacíos” convertidos en campos de recursos industriales. Pero, ¿están realmente vacíos los “espacios vacíos”? Esto merecuerda a la terrorífica “conquista del desierto” en la Patagonia argentina a fines del siglo XIX. Que conveniente palabra “desierto” para justificar y llevar a cabo -bajo elparaguas “desierto”- el exterminio y corrimiento de poblaciones y culturas que vivían en esos territorios. Las promesas de la industria y el progreso terminaron en territorios dañados y en ruinas (Ídem). La concepción de lo humano también se ha moldeado con la idea de progreso, siguiendo la siguiente línea de pensamiento: somos la única especie que avanza hacia adelante, mientras que las otras especies viven el día a día y dependen de nosotros (Ídem). Este es el tiempo del progreso: un tiempo lineal, una marcha hacia adelante que se lleva puesto cualquier otro tipo de temporalidades, de ciclicidades y lo acopla a su ritmo. En nuestro día a día, ¿cuánto prestamos atención a la ciclicidad de las estaciones?, ¿cómo está nuestra habilidad de unirnos a estos ciclos naturales, de seguir sus ritmos, en los días lluviosos, por ejemplo? Avanzamos mirando hacia adelante pero, ¿cuándo y cuánto nos detenemos a mirar a nuestro alrededor?




Para ir finalizando, quería presentar algunos de los caminos y alternativas a los modos de habitar y de pensar -y pensarnos- que han surgido de las entrañas de los debates sobre el Antropoceno y el trabajo interdisciplinar. Entre ellas están las perspectivas “más que humanas” (Noorani & Brigstocke, 2018) que se nutren de la biopolítica, el pragmatismo, el ecofeminismo, y los aportes postcoloniales y decoloniales y el pensamiento indígena. Lo que las caracteriza y nuclea es que la capacidad de “agencia” ya no es sólo una excepcionalidad humana, sino que se extiende a plantas, animales, microorganismos y a cualquier otro agente biofísico. Como dice Latour (2014, en Trischler 2017), esta posibilidad de extender la agencia a “actuantes no humanos” se da gracias al desvanecimiento de la frontera entre naturaleza y cultura, y se permite así la reintegración de lo “no-humano” a nuestros mundos. Y a su vez, se comienza a moldear un ser humano poroso, no ya autolimitado-contenido-creado. Un ser humano simpoiético: que genera con, que es creado y crea en relación con otros ¡Y como se asemeja esto al descubrimiento de Lynn Margulis sobre cómo se forman y evolucionan nuevos tipos de células y tejidos! En simbiosis y en colaboración. Estas agencias se perciben como redes, redes de agencia, ya no hay una linealidad que avanza hacia adelante. Por otro lado, Anna Tsing (2017) nos habla de la precariedad -en oposición al progreso-, que sería “la condición de ser vulnerable hacia otros”. Nos propone llevar la atención a todos esos territorios y poblaciones, humanas y no humanas, que quedan en los márgenes del sistema actual, porque estos “espacios de ruina” pueden albergar nuevas formas de vida multiespecie y multicultural. Para adicionar, hagamos el ejercicio de “llevar la atención” de la mano de términos que nos ayuden a pensar con otros. Algunos de los que propone Tsing son: ensamblaje y “world making projects”, entre otros. Los ensamblajes son diversos, múltiples, fluidos y cambiantes; son opuestos a las estructuras estables, fijas, inmutables, al status quo. Los “world making project” se relacionan con esta agencia extendida, y nos cuentan que humanos y no humanos, en su práctica cotidiana, van alterando el planeta y creándolo. Todos los organismos crean mundos vivientes que se van superponiendo, acoplando, interactuando; estos son los ensamblajes. Y es importante para estos diversos mundos multiespecies, que se desenvuelven en distintos patrones temporales, que los quehaceres humanos dejen y den lugar a los quehaceres de otras especies. Donna Haraway (2019) nos trae un –ceno más, pero esta vez no para denominar los efectos catastróficos de los que venimos hablando, sino para ayudarnos a pensar en futuros posibles. Este otro -ceno, es el Chthuluceno. Siguiendo con las herencias de la filosofía y mitología griegas, ella retoma personajes olvidados y los resignifica: los seres ctónicos/chthonios, dioses y espíritus del inframundo y de la tierra. Estos seres de la tierra son opuestos a los dioses olímpicos, celestiales, con los que el “Ánthropos” se suele identificar. El Chthuluceno nos propone, entonces, repensarnos y reconfigurarnos desde esta mirada a los seres terranos, en hermandad y simpoiesis con todos los “confinados-a-la-tierra” -concepto de Bruno Latour-. Al fin y al cabo somos una especie terrícola, y a veces se nos olvida esto con la mirada hacia arriba, y hacia adelante. ¿Será que esta contemplación hacia el cielo, olvidándonos de mirar hacia abajo y hacia los lados, pudo tal vez comprometer los efectos que hoy vemos en el mundo, los efectos del cambio climático, estos incluidos en el “Antropoceno”?





Para la conclusión me gustaría traer de A. Tsing (2017), esta propuesta de pensar las categorías como “categorías en movimiento”. Observar de que ensamblajes emergen, desarmarlas y re-armarlas, dejándolas abiertas para que se sigan transformando y resignificando. De este modo, a pesar de toda la polémica que desata el término Antropoceno, lo podríamos pensar como categoría en movimiento. Tomarlo como una excusa para cuestionarnos y abrir este necesario debate, y tomarlo como una herramienta para pensar. Necesitamos conceptos y denominaciones que nos interpelen. Usar al Antropoceno como época geológica para ponernos en un lugar de responsabilidad, plantear en esta instancia que somos “una especie más” nos quita de este lugar de responsabilidad. Desarmar todas las configuraciones que permitieron y engendraron este Antropoceno, y luego sí, volver a ensamblar. Pero ensamblar con los pies en la tierra, en simpoiesis con otros seres, animales, plantas, microbios, insectos, minerales, ciclos naturales...y mucho más. Nuestra perspectiva y posición como actores tiene que ser responsable. Importa cómo vivimos y cómo dejamos a otros vivir, cómo desplegamos nuestra cotidianeidad; importa para nosotros, e importa para el resto de los terranos y lo que nos sustenta, nuestro hogar, el planeta Tierra.




Bibliografía:

  • https://www.infobae.com/cultura/2022/02/22/antropoceno-una-era-geologica-a-medida-y-capricho-de-los-humanos/

  • Donna Haraway, Noboru Ishikawa, Scott F. Gilbert, Kenneth Olwig, Anna L.Tsing & Nils Bubandt (2016) Anthropologists Are Talking – About the Anthropocene, Ethnos, 81:3, 535-564, DOI: 10.1080/00141844.2015.1105838

  • Haraway, Donna (2019) “Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chthuluceno” Edición Consonni, Bilbao.

  • Noorani, T. and Brigstocke, J. (2018) “More-Than-Human participatory research” in Facer, K. and Dunleavy, K. (eds.) Connected Communities Foundation Series.

  • Bristol: University of Bristol/AHRC Connected Communities Programme.

  • Trischler, Helmuth (2017) “El Antropoceno, ¿un concepto geológico o cultural, o ambos?” Desacatos 54, mayo-agosto 2017, pp. 40-57

  • Tsing, Anna (2017) “The mushroom at the end of the world: on the possibility of life in capitalist ruins” Princeton, NJ: Princeton University Press.

  • UNESCO, “Antropoceno: la problemática vital de un debate científico” 2018. https://es.unesco.org/courier/2018-2/antropoceno-problematica-vital-debate-cientifico


 

Escrito por Nicolás Gibbs y publicado por Ecología Activa


Si vas a hacer uso del escrito se solicita la correspondiente cita de la autora

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